Todo comienza con un pensamiento:
- Me voy a olvidar de lo que quiero decir…
- La audiencia se va a aburrir…
- Se van a dar cuenta de que estoy nervioso…
- No les voy a gustar, seguro que no me creen y no van a estar de acuerdo conmigo…
- Me harán preguntas para las que no tendré respuesta…
Siempre son uno o varios de estos pensamientos negativos lo que provoca que la adrenalina fluya por la sangre del orador y es precisamente esa la razón por la que se producen esos signos que todos conocemos y asociamos al “miedo escénico” (manos sudorosas, taquicardia, temblores, respiración alterada…).
Sin duda, los cerebros de los grandes oradores no son inmunes a los pensamientos negativos, pero sí tienen claro qué hacer cuando se producen:
- Ellos reconocen lo que ocurre y se replantean la situación.
- Ellos se enfocan en la audiencia.
- Ellos no intentan ser perfectos.
- Ellos se ajustan al objetivo de su presentación.
- Ellos visualizan las oportunidades.
- Ellos ensayan.
- Ellos cuentan historias.
- Ellos se sirven de imágenes coloridas y relevantes.
- Ellos hacen a su audiencia partícipes de la presentación.
- Ellos usan videos y ejemplos.
- Ellos utilizan su voz.
- Ellos viven el presente.
- Ellos saben como hacer amigos.
- Ellos saben de lo que hablan.
- Ellos son constantes.
- Ellos son generosos.
- Ellos ayudan a ver el contraste.
- Ellos aportan buenas razones.
- Ellos dan esperanza.